Nombre: Xavier Duarte Artigas 
Lugar de nacimiento: Rivera, Uruguay

Residencia actual: Montevideo, Uruguay

Miembro desde: 22/03/2012

 


Poemas incluidos en esta página:


- Giselle.
- Y no puede.
- Se estaba en otra cosa.
- Yo.
- Lo eterno.
- Metamorforsis.
- ¡Ay jilguero!
- Puertas.
- La felicidad, III.
- Me instalo en el jardín de las rosas, 2, IX.
- De los mundos sutiles, II.
- Paraíso, IV.
- Una forma de amar, III.
- .
- .

 




 

GISELLE 

“paisajes que aparecen como a través de un tul” 

-Rima V-Gustavo Adolfo Bécquer 

 

I 

 

Siempre habrá escenario para las criaturas soñadas, 

presentidas, 

entrevistas, 

                                          no + que soñadas.                                  

Ellas sin ti, 

qué poquita cosa son. 

Tú, 

sin ellas nada. 

 

 

II 

 

Es lo soñado imagen que visita umbrales, 

esotéricos; 

es lo soñado llave, 

ignota, 

                  escondida en la campana de un copo de nieve, 

maltrecho; 

llave con la cual abrir puertas de cercanía, 

que pueden conducir a la muerte. 

Es lo soñado fondo de patio, 

temido, 

obscuro. 

Laberinto es lo soñado, 

antes de ser sendero, 

charco en el cual lo corpóreo, 

se examina, 

en el bisel se examina de un espejo, 

virtual; 

espejo que en mi abecedario cambia letras, 

agrega, 

quita. 

Fango es lo soñado, 

que a su paso dejó la llanta, 

de rueda puesta en el eje de un carro, 

fantasma que a mi sueño enturbia. 

Es lo soñado imagen, 

rebuscando paso en la montaña, 

quebrada, 

isósceles hendidura; 

sofoco, 

cajones, 

semi abierta gaveta en los corazones, 

emocionados. 

En sala de altas paredes perfumadas por el hedor y una humedad, 

de 1000 años, 

se parece a una muchacha en la pasarela, 

adolescente. 

En el marco del caserío que en el ínterin me hospeda, 

entre recortados balaustres de negra madera, 

piso vacío y huellas, 

puntas, 

puntitas, 

de plumas por donde los ceibos como niños se cuelgan, 

para beber la frescura de la cañada, 

en el marco del caserío que hoy me cobija, 

se asemeja lo soñado a fina aguja, 

desprendida del neceser colgado en la cinta que el talle ciñe, 

de un hada; 

aguja que al pasar junto a la troj del heno, 

cuando cimbreante el verano de colina a colina tirita, 

corta y forma hilera, 

como si los sueños fueran cabellos de un ángel, 

por mí peinados, 

en la apartada lejanía del cielo. 

Es lo soñado hollín después de la llama, 

la brasa ardiente y lo blanco ceniciento; 

es lo soñado estado de conciencia, 

munificente, 

gota de sangre proveniente de una deidad, 

que hubo sorteado peligros, 

para inmortalizarse. 

 

 

III 

 

Escenario es lo soñado, 

en el cual todo aparece y desaparece, 

escenario que se viste con embozo que toca el rostro, 

de nadie. 

Es lo soñado escenario que privilegia, 

lo fugaz en mi ojo, 

redibuja la senda y sus complejas facetas; 

en un mar de papel marmolado, 

la redibuja; 

es acertijo y esa tapia, 

que cambia, 

se detiene y mira, 

con ojo humano mira a pasantes, 

ladronzuelos, 

genios del mal, 

inocentes. 

 

 

IV 

 

En ese escenario que la mochila de su vacío arrastra, 

basta la contracara de taquitos que guardan cenizas, 

la amarillez de la brasa y el humo, 

señales que al descender deja el ángel, 

Uriel arcángel, 

al descender el entrecortado sendero de la colina. 

Un descenso hasta el puente que se cierra, 

en lo sagrado del monte, 

monte de algarrobos blancos, 

algarrobos que a semejanza de caballos sobre la arena, 

de un circo, 

ecuestre, 

son hitos, 

festivos, 

con los cuales comienza la fiesta de iguales, 

de enamorados, 

de enamoradas, 

de los que han padecido engaño y con tanta pena, 

eligieron morir. 

A la gente que allí está, 

no le preguntes ¿por qué?, 

han olvidado el porqué. 

No saben que en esta tierra son exiliados, 

del cielo. 

 

 

V 

 

Para mí, 

lo soñado es este papel con su birlí casi ajado, 

colgando de una flor, 

artificial, 

que amanece. 

 

 

VI 

 

He aquí un sitio de tratos, 

sutiles entre lo de arriba y lo de abajo, 

entre la tierra en llamas y el cielo, 

brumoso, 

gigante, 

solo. 

He aquí un reino de sustos, 

ambivalencia, 

trasmundos. 

Giselle ya no vive desde el solo se canta, 

mientras un coro de susurros expresa que no está muerta. 

 

 

VII 

 

¡Ay, 

Giselle del bosque que no te mueras! 

Viajo hacia la blanca arboleda que guarda la levedad de tu imagen, 

viajando estoy hacia la inmediación de tallos bruñidos, 

todo nácar, 

opalescentes, 

resinosos; 

algarrobos entre los cuales dicen aquéllos, 

dotados para observar transparencia, 

                                                 repliegue, 

el leve viento en el aire, 

sueles tú bailar, 

sin compañía; 

en un cementerio de sílfides toda lágrimas, 

bailas, 

bailas y bailas sin dejar de bailar. 

 

 

 

Y NO PUDE 

 

Ven, 

acércate, 

que yo estoy dentro de ti y el espacio, 

y el tiempo, 

y los ecos, 

y la arena mojada, 

gruesa, 

fina como las almas, 

en pena, 

todo este no mundo del mundo, 

evanescente, 

escondido, 

en los repliegues de carpa circense, 

en circo, 

que se muda, 

mudanza precipitada, 

doliente, 

es el guiñapo de lo que quise escribir, 

para ti, 

y no pude, 

pobre de mí. 

 

 

 

SE ESTABA EN OTRA COSA 

 

Todo era grato y seguro: 

los pasos, 

susurros, 

el imaginado follaje en las alturas, 

puerta que da hacia el pez, 

volador en el cielo, 

la hierba, 

muerta, 

viva, 

reseca debajo de los pies; 

con envoltorio leve de sequía, 

en disimulo permanente el aire, 

dulce como la felicidad. 

Tuvo la sensación que así, 

no era la vida; 

que debió haber ocurrido algo, 

de lo cual no fue informado, 

o no se quiso que él, 

supiera, 

pues, 

ya no era necesario enterar a uno por uno, 

habiendo todo un pueblo que preguntaba, 

lo mismo; 

la divulgación estaba hecha, 

era comida; 

naturaleza muerta en el tubo de la desgranadora, 

había sido, 

una vez +, 

grano de maíz dispuesto para calandraca, 

al mediodía. 

Mas él siguió contestándose que así, 

no era la vida. 

Por tanto, 

se estaba en otra cosa, 

por conocer. 

Un hueco y como martillo que da en el clavo, 

la idea, 

de una falta absoluta de relleno, 

le hizo caminar por debajo de las sombras, 

por debajo de la panza del pez que vuela. 

Como relámpago inesperado, 

sin raciocinio, 

un aquí y allá de calandria ancha de pico, 

lo llevó hasta el campo de rastrojos, 

sitio en el cual habría de comenzar husmeando, 

comiéndose la amarga podredumbre, 

como manjar, 

de paraíso. 

 

 

 

YO 

  

Es mi corazón todo luciérnaga, 

un pin en un pan, 

un pan en un pin, 

huraño, 

que tras los barrotes del amanecer, 

se esconde. 

 

 

 

LO ETERNO 

  

Es la turbulencia de lo nuevo. 

No me preguntes, 

nada sé sobre lo que vendrá. 

 

 

 

METAMORFOSIS 

  

I 

 

Símil, 

instrumento, 

medio, 

re medio, 

desde un espejo me hace señas el bosco, 

que mire, 

hacia el rincón de almas, 

sonámbulas. 

¡Cómo se borran! 

de mi memoria, 

¿el mundo? 

es cosa de hoy para hoy. 

 

 

II 

 

Imagen, 

muchacha en la pasarela, 

cámara, 

hollín, 

¡ay giselle del bosque no te mueras! 

Camino hacia el ponte vecchio, 

insomne, 

por llegar estoy llave en mano; 

no responden los candados 

pero sí la peste negra; 

ya no existe la ciudad en la cual había vivido, 

por vivo allí me tenían 

¿vivía? 

¡a qué seguir! 

 

 

III 

 

A la vuelta de la esquina, 

para re mover sopón cuchara, 

en la sopa, 

el que está a mi lado rasca, 

madera; 

por detrás de la vidriera, 

translúcida, 

almuerzo de ejecutivo se vende, 

en la pizarra; 

es el bocado, 

en la carta de un medio día de enero. 

 

 

IV 

 

En el fondo de lata grasa, 

de vaca, 

un olor a mancha de sol, 

nauseabunda. 

 

 

V 

 

Por todos lados chamuscos, 

viruta, 

hojaldre de tierra, 

en la punta de una pompa, 

de jabón. 

 

 

VI 

 

Ni por el ojo jamás pude pillarle barniz, 

uña que cuelgue de un muslo cualquiera, 

uñita; 

escondida, 

¡ay! 

quien me socorre, 

en mí excave ojos para que mire, 

en el grosor de la baquelita haga hoyo, 

suficiente para que siga con vida, 

otra cosa yo no sé. 

 

 

VII 

 

Sobre lo hecho hasta quedarme sin uñas, 

bruño hojalata; 

me vence el sueño, 

duermo, 

en la curva de una colina, 

desierta. 

 

 

VIII 

 

Al despertar, 

(no sé cómo), 

saco los ojos, 

¡cuánto miedo! 

estos ahora, 

juegan como portátiles sanguinolentas, 

(es feo de ver), 

fuera del rancho; 

los estiro, 

me duele el alma, 

pero… 

correr detrás vale la pena, 

del inmenso foco de luz que cancela, 

el furioso tic-tac del universo. 

No quito, 

no agrego, 

por detrás de la mudanza corro, 

atónito. 

 

 

IX 

 

Cuando llego, 

nada está por hacerse y al irme, 

lo muerto está muerto, 

lo vivo está vivo. 

 

 

 

¡AY JILGUERO! 

  

I 

 

Su ojo verdoso, 

turbio, 

botella con vela encendida, 

puro rabillo, 

en el ángulo de la memoria, 

para nosotros bruñe. 

 

 

II 

 

Envuelto en un paquete desde el cual, 

como si fuera abalorio se regala eternidad, 

atado con el grosor del murmullo, 

alguno suelta, 

se anima, 

afloja, 

despinza, 

(dice que de eso se trata), 

una lágrima suya, 

(del sol). 

 

 

III 

 

Y el piso flota, 

ebrio, 

en torno a nuestro caballo, 

alazán, 

que se lava, 

de miedo empalidece, 

amarillo. 

 

 

IV 

 

¡Ay jilguero, 

sabiá del monte, 

no te dobles, 

sácame 

si puedes, 

corcel de las batallas, 

cámbiame esta colina por una isla en el mar! 

 

 

 

PUERTAS 

  

Tiene 2 puertas se me dijo: 

una para entrar y otra como puente en el mar, 

salida. 

Es difuso el espacio en este sitio, 

divago, 

no estoy; 

a filo de cuchillo + se parece, 

que a pluma encarnada. 

Divago, 

diviso en sueños una ensenada, 

en la cual se calcan sombras de muchachas, 

con árbol. 

El higo allí forma un cayado, 

de pastoreo, 

que enlaza; 

en el pedúnculo, 

es invitación puesta a la orilla de puño, 

inflamado. 

Aunque todo atardece, 

enturbiándose la desmesura, 

pon tu ojo en un plano y adivina, 

sobre tablado de táblex cómo él aprieta, 

a la morada mimbrera en mi cuello, 

estrangulada. 

Estoy, 

recién llegado estoy en una casa, 

inexplorada. 

Avanzo, 

entre pasillos y codos se me esfuma, 

la luz por el rabillo y presumo, 

haber llegado a los fondos con puerta, 

desconocida. 

 

 

 

LA FELICIDAD, III 

 

Lo que no sé me inunda, 

puebla la biblioteca de este mundo. 

Es lluvia ácida, 

que gotea desde canilla mal cerrada, 

delante de puerta que da hacia el suburbio, 

¿cómo decir? 

Por la puerta que da hacia las luces, 

todo es buen tiempo, 

hojalata que se pintó recién; 

espera testas para una formal coronación. 

 

 

 

ME INSTALO EN EL JARDÍN DE LAS ROSAS, 2, IX 

 

Pero entre tanto hubo cambio de volumen, 

de volumen en las aguas del océano, 

catarata en la incontenible lágrima 

de recién llegados cocodrilos, 

catarata con la consiguiente lista 

interminable de naufragios; 

allí donde pastaba el avefría, 

duerme el tucán su siesta, 

(de aquí no me muevo). 

En dúplex, 

proveniente del mar amargo 

vaivén de una botella, 

sin mensajes. 

Detrás de cada ojo una sola lista, 

lista sobre mesa en anegada oficina, 

oficina de un prefecto en uso de licencia. 

En esta hora sin reloj que la corrija, 

las aguas van por el + alto balaustre en las alturas, 

en las alturas de una escalera 

con destino cielorraso. 

 

 

 

DE LOS MUNDOS SUTILES, II 

 

Cuánta idea que no debió pensarse 

te tomó por asalto, 

cuánta guerreó 

por nada con el ser que presentiste 

y por una de esas complejidades era otra cosa. 

 

 

 

PARAÍSO, IV 

 

He aquí unos tristes papeles que mi alma guarda: 

sobre papel secante leyes de extranjería, 

bajo el brazo, 

incunables, 

que se caen sobre un plof de rompecabezas, 

en pedazos; 

partes de otoño agujereándose como si fuera herida, 

en el sexo de mamut reconstruido, 

en primavera. 

Todo zancos, 

desmesura, 

meto los pies allí donde se rellenan, 

inapropiados los zapatos, 

para viajero. 

 

 

 

UNA FORMA DE AMAR, III 

 

He aquí las hermanas, 

semi-encofradas, 

eleusinas. 

En los calcañares de losa y felpa acuclillada, 

con sus rulos, 

la sanguinosa trenza del himen, 

como pan, 

morado. 

De hetera en hetera 

en la ceñida sala del equinoccio, 

la tosca punta del eje al paspartú atornillado, 

de una incierta galaxia, 

que se esfuma. 

 

                                                                                                         

 

 



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